OFRENDA

   No ha podido ser este año. Como tantas otras cosas...No, no estaré en San Agustín con mis gentes, mis buenas gentes de lo rat penat, ni podré intercambiar risas y bromas. No recorreré la calle San Vicente repleta de gente, aunque haga frío y el relente de la madrugada nos invada. Mi corazón no empezará a palpitar al llegar  a la Plaza de la reina, al ver el imponente Micalet iluminado, al tiempo que mis lágrimas empezarán a pugnar por escaparse cuando enfile la calle del Miguelete, como se me escapan al ver al señor de Sevilla en Castellar o la Esperanza en Cuna, que por unos escasos, pero sublimes minutos es mía, en ese silencio y seriedad de la vía solitaria que conduce al centro y epicentro de mi pensamiento y emoción de hoy...este hoy en que no pisaré el marmóreo pavimento del que crecen miles de flores por doquier, hasta en la fachada del santuario, que pareciese una hiedra de mil colores. Y creedme que es doloroso y triste no estar allí hoy para alguien que encima ha tenido el privilegio de entrar en la santa capilla con todo el protocolo oficial, donde la mirada se centra en el camarín del remedio y el amparo. Hoy me siento más desamparado que nunca y es uno de los post que más me está costando escribir porque me vienen muchas cosas, muchos recuerdos a la mente. Malos tiempos para líricas y sentimientos, del confiado, inocente y loco templetillo en esta ausencia de la joya de las fiestas falleras. Cierro los ojos y huelo las flores, veo el cielo iluminado, os abrazo a todos y todas mis valencianos-as amigos tan queridos y mi voz, un poco ahogada, intenta cantar:
 "La patria valenciana
s´ampara baix ton mant,
¡Oh, Verge Sobirana
de terres de Llevant".