CARTEL ANUNCIADOR

  Una imagen, un símbolo, un trazo, una palabra. Jeroglífico de sentimientos en un trozo de papel, llenado con pinceles o pixeles. Prolifera toda la cartelería de la santa y atrasada semana de este año, tan inusual, tan despegado. Se oyen los ensayos de las bandas en los anocheceres, los escaparates muestran los capirotes de cartón, mantillas y peinetas, guantes, escudos, rasos y puntillas. También los caramelos se muestran exuberantes tras el cristal, como queriendo dar un poco más de dulzor a estas vísperas.
         Hace un año ya estábamos en los días de pasión. Me retrotraigo a aquellos días de maleta, organizaciones de última hora, viajes, amigos, arte, ciudades, devoción, diversión y silencios. Y en esos menesteres aún se me figura más lejana este año mi semanasanta,  como si no existiera, como si no fuera a ser.
      Puede que este año mi cartel se publique, se imprima y deje de ser un sueño, una idea y una quimera. Intentando pegar algunas de las piezas que el rompimiento de mis ilusiones me dejaron, suturando malos momentos, encolando fragmentos de otro momentos pasados, mientras el día dura más como también el gris que no se resiste a irse.
            Ilustra este post el cartel cordobés; impresionante compendio de la vida y de la muerte: el sepulcro donde iremos todos al final aunque algunos se empeñen en ir antes de morir, el Dolor y la madre, intrínsecos iconos y sentimientos de todos nosotros y el puente, porque nuestro cada día es eso, un cruzar puentes, unas veces de piedra, otras de tablas, unos firmes, otros frágiles. Y siempre, la simbiosis de mi ciudad soñada, de los cielos azules y las noches estrelladas, que ya preludian el vendaval de flor y mayo que se avecina.