Sobrecogido, impactado. No sé si hoy podré transmitiros las sensaciones de esta fría anochecida cordobesa, en las interminables naves de la Aljama, en ese bosque de columnas y arcos, rojos y blancos, con esa ambientación de luz, sonido y música.
Alma de Córdoba. Epicentro de la espiritualidad de esta ciudad desde la visigoda basílica de San Vicente, y que dió paso a una de las nuevas maravillas del mundo, al sueños de aquellos califas, añorantes de Damasco, que fueron engrandeciendo el singular conjunto, frente a ese río, grande, grande, sobre el que se yergue altiva y a veces se mira con recato.
Dorados, mármoles, taraceas, artesonados...exuberante combinación de artes, de grandiosidad, de una especial concepción del espacio, del lugar sagrado. Mientras el agua corría en el patio, con el campanario tenuemente iluminado, y como siempre, San Rafael guardándolo.
Hoy he firmado una nueva declaración de amor con esta tierra. Porque desde el primer día que la pisé, me encantó, me fascinó, como a veces pasa con otros lugares, e incluso con algunas personas, que al poco de conocerlas te llegan dentro, te llenan y de las que recibes más de lo que das.
No se fué la niebla en todo el día; sólo en las ermitas y en Scala-coeli, atalayas de la sierra, se atisbó el sol, el cielo despejado, que camuflaba una Córdoba llana, pero no lejana y sola.
Me uno a ti en el sentimiento, aunque yo firmé mi declaración de amor a Córdoba, con sangre y agua. La Mezquita es un lugar de paz recogida, tengo pendiente la visita nocturna, aunque tengo algo que pocos tienen y es que la recorrí durante un año, muy temprano, cuando aun no se había abierto al publico y, sobre todo, en invierno es mágica. Atraviesas las naves, notando el aliento frio del mármol de los atauriques en la cara, tu alma quiere escaparse por tu boca en forma de vapor y por tu cabeza pasan Califas, Regentes, Reyes cristianos, historia, arte. Nunca podré ser objetivo con Córdoba y menos con su emblema: La Mezquita.
ResponderEliminarRomana y Mora, Córdoba callada.
Con silencios de guitarra en las Tendillas,
Paseos a media tarde en el Bulevar,
Y dejando a la imaginación que vuele bajo las doradas luces de Mezquita al anochecer, las pardas aguas del Wad-al kivir.
Córdoba de piconeros, de cantes profundos, de razas equinas reales, de ciudades ocultas bajo mantos de arte deshecho.
Para explicarla hay que conocerla y sentirla.