Recién llegado de la sierra. Noche yestera con frío y verde, entre árboles y montes, tan distinta a la calurosa de llanos y páramos de mi ciudad natal.
Yeste es uno de esos sitios especiales. Porque se hace de rogar su llegada, entre curvas, pantanos, bosques de pinos y silencios. La sierra es callada, como el silencio es enorme y desparramado, mientras la voz y el sonido se concentra en un grito, una palabra, un momento.
Me gustan los pueblos con castillo. Y con ermita. Tal vez porque el mío carece de ambos. La fortaleza yestera se yergue impresionante en medio del trazado medieval y morisco de sus calles y plazuelas, adyacente a la parroquial de la Asunción, templo de doble nave en forma de T, con la capilla de la Santa Espina, el retablo de la Epifanía y la Dolorosa de Salzillo.
Almenas al sol. Bonito escenario para una boda, para un beso, para un paseo. Patio de armas, para velar, no adarga ni casco, sino proyectos de amores y futuros. Las piedras centenarias conforman el amurallado recinto, que es fuerte y altivo, no como los castillos que tan a menudo nos hacemos, unas veces en el aire, otras de papel.
No he ido muchas veces a Yeste. Tres solamente. Debería ir más a menudo. Me gusta adentrarme en los sitios que me gustan, así como en las personas que quiero. No es mala la intención, pero no siempre bueno el resultado. Aunque ayer me despedí con humo de la llama asesina en los montes pirodestrozados, que todos los veranos la misma historia, y no hay remedio. Espero retornar con días ya lánguidos de primer otoño, cuando la chimenea invite al calor y el reposo, y el potaje bochero sea preludio de la miel sobre ojuelas, como las que fueron el mejor postre nupcial de estos días pasados e inolvidables.
La jota de Yeste es de los primeros bailes que aprendí a bailar. Baile de pasos sencillos y básicos, de estribillo pegadizo y común. Aún resuena la guitarra y la bandurria. Lo mismo no me espero al otoño, y subo el cerro de San Bartolomé entre antorchas y romeros, dopándome del olor de la alhábega, el mejor exorno para las andas del apóstol desollado.
¡Y que días más bonitos, y que boda más entrañable! ¡ojalá yo pudiera...!
Siempre me ha atraido Yeste, por su belleza natural, por sus piedras, por su historia... Yeste es la joya de la Sierra de Segura, en todos los sentidos. Un pueblo con tantísima historia, debería sentirse muy orgulloso de ella. La Encomienda de Santiago, tenía bajo el castillo de Yeste a numerosos pueblos, entre ellos, Moratalla, en Murcia. Y es que Yeste era clave en el Reino de Murcia y cuando buscas su historia, observas perplejo, y con tristeza, como murciano que soy, que ha sido borrada... En el castillo te dicen que era la frontera de los reinos de Granada y Castilla. No, perdón: era la frontera de Granada y Murcia, en la Corona de Castilla. Es la única pega que pongo y callado no me quedé, se lo hice saber a la encargada de visitas del castillo... Por supuesto, me reconoció que tenía razón... Jajajajaja, pos menudo soy yo!! Y encima era el día 9 de junio, el día de la región!! Jajajajaja. Siempre volveré a Yeste, a Tus... A su tranquilidad, a sus aguas, a su belleza... Este año ya le debo una visitica... Un abrazo. Gúmer.
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