OBOES EN LA NOCHE

              

               Noches de domingo. La misma sensación de vuelta a la rutina, al trabajo, y más en este domingo en el que la metereología se ha encargado de recordarnos al extinto verano, a base de socavar la luz de cada día, que se muestra cada vez más escasa y más débil. Suena el  adagio del concierto de oboe de Marcello de fondo, una de mis partituras clásicas preferidas, y que inevitablemente va unida a la película "Anónimo veneciano", en ese final simbólico del protagonista que se está muriendo poco a poco, mientras la ciudad también se hunde de la misma forma...¡Venecia, ciudad soñada! y las sobrecogedoras notas me transportan con la imaginación a sus plazas y canales, a un retorno que nunca llega.
          El santo humilde de Asís está de fiesta; el poverello Francisco celebra su día, entre marrones y sencilleces, entre recogimientos y azules. Los Pacos y Pacas se visten de gala porque es día cuarto, y no es para menos. Sigue sonando este imprescindible concierto, y por momentos la inspiración se cae de mi cabeza y del teclado, tal vez sean demasiadas cosas para este escribiente del alma, al que a veces se le desbordan sentimientos y conocimientos, obstruyendo la fluidez y la mesura.
               El viento sopla fuerte de nuevo, y el templetillo se acurruca, se atrinchera en el calor de una habitación, que le sirve de refugio, de barrera, de escondite. Porque es ya lunes, y no me caben ya más palabras en mi ideario. Violines y oboes se empiezan a colar en mis sueños...