Hace tres semanas estuve allí. La ciudad fantasma de Moya, sede del marquesado del mismo nombre que en tiempos tanta importancia tuvo y fue capital y metrópoli de toda su comarca. Un lugar que me ha impresionado, que me ha cautivado...
Grandiosa atalaya sin vida. mientras las ruinas de sus iglesias y casas componen una silenciosa sinfonía de sentimientos encontrados. Las columnas que sostienen las bóvedas abiertas por el fuego y el tiempo de San Bartolomé, son un atril de grandeza rota donde suena la música del aire que se cuela entre ellas, mientras la vista se absorta en semejante belleza en ruinas.
Por el trazado de las calles empinadas se adivinan los solares, sin paredes ni ventanas. Me recuerdan las calles de Pompeya, grandiosas en su tragedia; las de aquí no tuvieron una erupción, pero no sobrevivieron al éxodo de sus habitantes. Y se oye el silencio a cada momento. Sólo en pie la iglesia de Santa María, que sólo en mayo para sacar al Cristo de la Caída y cada siete años, cuando el lugar cobra vida con la visita de la Virgen de Tejeda ( a la que pronto le haré otro post, otro hallazgo de esta zona) y la casa consistorial, testigos mudos de un pasado de esplendor, historia y VIDA.
Entrando al castillo, las almenas se hacen expugnables, porque no hay caballeros, ni princesas. El foso lleno de verde vegetación es un sitio que invita a sentarte y volver la vista al otro lado, de laderas peladas, pardas y secas.
El arco de la Trinidad, los muros de las Concepcionistas, el antiguo convento franciscano...La doble muralla, que mira que me gusta a mí una muralla (véase Ávila) y sus puertas que nos dan paso al trazado sinuoso y muerto de lo que fue sede de señores. Se percibe Valencia, e incluso Teruel. Y esta Cuenca, casi desconocida, atrayente, grandiosa, en la más espectacular de las ruinas, con el más sonoro y relajante de los silencios.
Invito a quien me invite a regresar. Y luego a comer a Cañete, unas croquetas de boletus, un solomillo con almendras, un ajoarriero o una torrija caramelizada con helado. Estoy sensible, será el otoño, pero como me gustaría compartir el silencio de la noche en estas tierras de Moya...
La villa de Moya tuvo una excepcional importancia en la Edad media, como fortaleza avanzada de Castilla al borde mismo de Aragón y Valencia. Los Reyes Catóticos valoraron todavía más ese papel, impulsando su importancia administrativa, al convertirla en capital de un marquesado poderosísimo, que extendía su señorío por un amplio territorio, que incluía 36 pueblos.
ResponderEliminarMe gustaría ir contigo algún día.
Buen día Templetillo
Yo también estoy fatal, le echaremos la culpa al otoño, ya empieza hacer frío, lluvia...ufff
ResponderEliminarEn fin habrá que visitar ese pueblo, que por cierto nunca lo había oido nombrar, pero si tú lo recomiendas será bonito.
La Polo
Yo también ando con las pilas descargadas y con dolor de cabeza, sera cosas del tiempo. La lluvia, el frió, vientos y tempestades. Nos obligan a recogernos y nos rebaja las ganas de salidas y otros menesteres. ¿verdad? ¡temple!, tu de eso sabes bastante. je je je.....
ResponderEliminarCuando vamos a Moya?.....
JuanKa. porque me sale a mi en los comentarios cuando los aceptas tu Responder Suprimir y a los demás nada mas que Responder. Dime algo
ResponderEliminarFORMAS PARTE DE ESE ROMANTICISMO ESPAÑOL QUE NUNCA MUERE, HABRÁ QUE CONOCER MÁS DE ESTOS LUGARES......
ResponderEliminarGRACIAS JUAN.
Como me gustan tus escrito, sobretodo con los sentimientos con que los escribes. Moya lo llevo en el corazon desde el primer momento que la descubri. Son de esos lugares que me gusta perderme para encontrarme con migo mismo y para descurir lo efimera que es la vida, en el pasado fue esplendorosa, en la actualidad es olvido.
ResponderEliminarQueda volver de nuevo, Pero esta vez con Marigloria y Miguel su esposo, y conmigo, el Pater.
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