Tardes de mayo. Tardes de junio. Cita ineludible en este enclave serrano, admirado, añorado y envidiado. Villa santiaguista donde la música se escapa de los tubos de la trilogía de órganos barrocos (parroquia, convento y ermita) y ponen la mejor de las bandas sonoras que resuene por las angostas y empinadas callejuelas, que conforman uno de los conjuntos urbanos más interesantes e importantes de mi provincia. Porque Liétor junto con Jorquera, Chinchilla y Alcaraz son mis pueblos predilectos, donde siempre estoy deseoso de retornar, de disfrutar, de sentir.
Cayó una tormenta. Crueles granizos, amenazantes y atronadores, dieron paso a un azul despejado en el que se insertó un todopoderoso arco iris, que trajo de nuevo el color y la quietud. Un año más el convento carmelitano fue escenario del virtuosismo de unas manos que nos llevaron a lejanos tiempos, a la solemnidad, el empaque, la magnificencia...La luz post-tormenta se coló por los ventanales y confluyó en varios haces sobre el rostro de la Señora del Carmen, trayendo aires marineros en plena sierra. Goce de los sentidos: oído, vista, tacto y gusto...miel sobre hojuelas, letuario manjar, en el que la harina filigranea en el aceite hirviendo, creando efímeras flores plenas de delicia y dulzura.
Con la música a mi alrededor, dentro, encima...siempre Liétor...siempre...
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